Vidas mínimas/ José Santos González Vera
Para quienes no leyeron el post anterior, aclaro que este texto lo escribí hace algunos años...
Antes de que me sedujera la portada de Vidas mínimas en la librería de la Estación Mapocho, había leído alguna cosa sobre su autor, José Santos González Vera: que su escritura era minimalista, que para algunos era superior a Manuel Rojas, que obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 1950. Por eso cuando vi ese libro flaquito, con esos ojos transparentes que miran en blanco y negro, pensé que había llegado el momento de leer algo de este autor chileno. Lo admito, paseé el libro por Talca y Cau cau sin decidirme a hincarle el diente del todo. Me entretuve con el prólogo, que relata la vida de este escritor oriundo de San Francisco del Monte -un pueblito entre Melipilla y Talagante- que no terminó el colegio y fue lustrabotas, vendedor de libros viejos, encuadernador, cobrador de tranvía y aprendiz de barbero, entre otros oficios. Eso sí, leía todo lo que caía en sus manos y, tentado por otros escritores, comenzó a retratar la realidad que le había tocado vivir. Así nació El Conventillo, una de las dos historias que forman este libro.
Aunque sería difícil precisar si “pasa algo” en sus relatos, las descripciones y los personajes de González Vera son vívidos. Las paredes del conventillo, con sus manchas de humedad y de hollín, sus fogones atizados con patas de sillas viejas; las vecinas chismosas pero ante todo solidarias, el zapatero parco y violento y el vendedor de pescados que canta todo el día forman parte de un chilenísimo e inolvidable retrato. Eso mismo dijo, ácido, Pablo de Rokha cuando nuestro escritor recibió el Premio Nacional: “Es apenas un fotógrafo de plaza de provincia”. Y no se equivocaba, aunque la connotación no tiene por qué ser negativa: confieso que yo, con sigloveintiunesca actitud, estuve todo el libro esperando acción, que pasara algo. Pero con el transcurrir de las hojas –que finalmente, luego de tanto paseo, leí de una patada-, me fui zambullendo en el ambiente, en esas vidas entregadas a su propia miseria, al devenir contra el que no pueden rebelarse. Y me sedujo la simpleza de los trazos con que González Vera dibuja a santiaguinos y porteños, esa capacidad observadora que describe la realidad externa y que, de pronto, omnisciente, devela los sentimientos de los personajes con precisión casi científica.
A pesar de que el escritor autoeditó este libro en 1923 (cuando sólo tenía 27 años), le agradecí mostrarme con generosidad y sin vergüenza, un mundo que hoy en Chile sigue muy presente pero que no queremos ver. P.H.
(Vidas mínimas, por José Santos González Vera. LOM Ediciones, 107 páginas, $3.600, en librerías).
Antes de que me sedujera la portada de Vidas mínimas en la librería de la Estación Mapocho, había leído alguna cosa sobre su autor, José Santos González Vera: que su escritura era minimalista, que para algunos era superior a Manuel Rojas, que obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 1950. Por eso cuando vi ese libro flaquito, con esos ojos transparentes que miran en blanco y negro, pensé que había llegado el momento de leer algo de este autor chileno. Lo admito, paseé el libro por Talca y Cau cau sin decidirme a hincarle el diente del todo. Me entretuve con el prólogo, que relata la vida de este escritor oriundo de San Francisco del Monte -un pueblito entre Melipilla y Talagante- que no terminó el colegio y fue lustrabotas, vendedor de libros viejos, encuadernador, cobrador de tranvía y aprendiz de barbero, entre otros oficios. Eso sí, leía todo lo que caía en sus manos y, tentado por otros escritores, comenzó a retratar la realidad que le había tocado vivir. Así nació El Conventillo, una de las dos historias que forman este libro.
Aunque sería difícil precisar si “pasa algo” en sus relatos, las descripciones y los personajes de González Vera son vívidos. Las paredes del conventillo, con sus manchas de humedad y de hollín, sus fogones atizados con patas de sillas viejas; las vecinas chismosas pero ante todo solidarias, el zapatero parco y violento y el vendedor de pescados que canta todo el día forman parte de un chilenísimo e inolvidable retrato. Eso mismo dijo, ácido, Pablo de Rokha cuando nuestro escritor recibió el Premio Nacional: “Es apenas un fotógrafo de plaza de provincia”. Y no se equivocaba, aunque la connotación no tiene por qué ser negativa: confieso que yo, con sigloveintiunesca actitud, estuve todo el libro esperando acción, que pasara algo. Pero con el transcurrir de las hojas –que finalmente, luego de tanto paseo, leí de una patada-, me fui zambullendo en el ambiente, en esas vidas entregadas a su propia miseria, al devenir contra el que no pueden rebelarse. Y me sedujo la simpleza de los trazos con que González Vera dibuja a santiaguinos y porteños, esa capacidad observadora que describe la realidad externa y que, de pronto, omnisciente, devela los sentimientos de los personajes con precisión casi científica.
A pesar de que el escritor autoeditó este libro en 1923 (cuando sólo tenía 27 años), le agradecí mostrarme con generosidad y sin vergüenza, un mundo que hoy en Chile sigue muy presente pero que no queremos ver. P.H.
(Vidas mínimas, por José Santos González Vera. LOM Ediciones, 107 páginas, $3.600, en librerías).
11 Comments:
At 2:11 p. m., Rodriguez said…
El libro no me gustó todo lo que hubiese querido, a pesar de que en "una mujer" , el segundo relato, aparecen reflexiones interesantes (sobre todo la final).
El libro se hace importantísimo, sin embargo, cuando se sitúa en su contexto; se trata de uno de los buenos ejemplos del paso de la novela moderna a la contemporánea, del mundonovismo, el realismo y el naturalismo al mundo de -parafraseando a José Promis- de la infra, intra o superrealidad.
Notese pues, los modos de narración, el modo de abarcar el conocimiento, y la arbitrariedad de la reconstitución del relato a partir de la subjetividad de un narrador vivo.
At 9:38 p. m., Anónimo said…
Sólo por completar alguna información acerca de J. Santos... cuando dices que leía bastante y que trabajó en diversos oficios, esto se encuentra relacionado con su actitud ante la vida, pues J. santos era anarquista. Así de simple.
At 3:12 p. m., Anónimo said…
Defnitivamente Gonzalez Vera era un fotógrafo de la vida cotidiana de Chile de principios del siglo XX, lo cual no le quita meritos literarios. Pero escencialmente su novela nos muestra el pasado que no se conoce en los libros de hstoria, nos hace acercarnos un poco mas a todo aquello que los historiadores por mucho tiempo pasaron por alto.
At 1:34 a. m., Jesus Andrus said…
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