Lo comido y lo leído

jueves, noviembre 22, 2007

Capital gastronómico

¿Por qué nuestra gastronomía no es protagonista? Porque el pasto del vecino siempre es más verde y los chilenos miramos en menos nuestra cocina. Mala cosa. Si no somos nosotros quienes la pongamos al excelente nivel de nuestros vinos, ¿quién lo hará? (publicado en revista Capital a fines de sept 07)


Desde que llegué a Chile, hace ya 20 años, el 18 es mi fiesta favorita. Siempre me llamó la atención que durante septiembre aparezca ese sentimiento patriótico alimentado a pura “Consentida”, chicha y empanadas y que acaba por extinguirse junto con el último día del mes. Está claro que no es una festividad compartida con el mismo entusiasmo por todos los chilenos (seamos realistas, el que menos encuentra picantes todas estas manifestaciones). Pero bueno, por unos días se expande un sentimiento nacionalista que hincha el pecho de orgullo por nuestras cosas. Me encantaría que ese fervor septembrino durara todo el año. Creo que nos haría muy bien sentirnos orgullosos de lo que somos y de lo que comemos de enero a diciembre. Eso pasa en otros países, como México, Francia, Italia o, más cerca, Perú. ¿Por qué no nos puede pasar a nosotros?
Hace un tiempo le vengo dando vueltas a una idea (no soy la única, en todo caso), y tiene que ver con que nuestra gastronomía debiera estar al mismo nivel de nuestros vinos. Creo y he visto que en los últimos años la cosa ha progresado mucho, y pienso que en muchos casos sí estamos a la altura de la calidad de los vinos que producimos. Lo que pasa es que no nos la creemos. Tengo la sensación que, como en todo, en cocina los chilenos también estamos siempre mirando para el lado. El pasto del vecino es más verde, la gastronomía de los peruanos, franceses o tailandeses, ésa sí que es buena. Pero la nuestra, un pastelito de choclo, una humilde carbonada, unos porotos granados. Que si la empanada no es originaria de Chile, que si el Valdiviano es el único plato netamente nacional. Que la cazuela está en todos nuestros países en distintas versiones. Cierto, seguro. Pero qué importa. Tenemos un interesantísimo y riquísimo capital gastronómico en Chile, una cocina mestiza de indio y español que sigue recogiendo influencias gracias a que cada día el mundo está más globalizado, viajamos más (es más barato también) y tenemos acceso a más cocinas y más cultura. Hay textos, aunque no sean muchos, que estudian nuestra cocina. Lo que pasa es que no los conocemos, pareciera no interesarnos un acto que realizamos todos los días y que es parte de la naturaleza humana, alcanzando en algunos casos matices casi divinos. Aparte de eso, como ya decía, estamos siempre menospreciando nuestra cocina, echándola para abajo. No, lo que debemos hacer es convertirla en nuestro emblema. Tenemos productos increíbles, recetas entretenidas y platos exquisitos. Puede ser cierto que, puestos a compararnos con otras gastronomías, no siempre llevaríamos las de ganar. Pero todo depende de cómo se hagan las cosas. Para mí lo ideal sería que los chilenos nos sintiéramos orgullosos de nuestra cocina, y para eso tenemos que partir difundiendo nuestra riqueza culinaria. En los colegios, en las escuelas de gastronomía, por favor, con algún seminario o cursillo que dé a conocer las bases de nuestra cocina, de dónde vienen, cuáles son nuestros productos (qué importa si el maíz viene de México, pero nuestro pastel es maravilloso, y las humitas para qué decir, aunque en otros lados existan los tamales, pero nuestras humitas tienen su propio carácter). Hay mucha información relacionada con la comida que es atractiva y entretenida. Sería maravilloso poder hacer un curso así en colegios, veríamos sus frutos en un tiempo y nosotros, los chilenos, seríamos los mejores embajadores de nuestra cocina, junto por cierto a nuestros vinos. Creo que los peruanos lo han hecho muy bien. Su cocina es maravillosa, claro, pero también han hecho un uso apropiado del marketing con su Perú mucho gusto (www.perumuchogusto.com), creando un concepto culinario de ser la mejor cocina del mundo. Sin embargo, eso debe haber prendido tan bien porque los peruanos son amantes de su historia, de su cultura; son más nacionalistas que nosotros, pienso. Pero aún queda patria, compañeros. Hagamos el intento, juguémonosla por nuestra cocina, investiguemos, probemos, divulguemos. Busquemos una historia culinaria en común, que en un lenguaje fácil, pueda ser comprendida y abrazada por todos los chilenos en un septiembre perpetuo.

Pásame la sal

Este es un tema que publiqué en Capital hace unos meses.

-Pásame la sal.
-¿Cuál de todas?
Este diálogo, que puede parecernos del teatro del absurdo, bien podría ser una realidad en las mesas de otros países. Porque los cocineros del mundo, conscientes del poder de este condimento, han comenzado a explorar sus posibilidades. En la mayoría de los restaurantes chilenos todavía existen solo los saleros del viejo chiste -el que siempre está tapado y el que deja caer una montaña blanca-, pero poco a poco estamos probando distintas sales. La estrella este año, sin duda, ha sido la sal maldon. Pero también me han tocado sales de aceitunas y de hierbas. Echemos un vistazo a este nuevo universo, para no hundirnos en un océano salado.
La sal es el condimento más antiguo usado por el hombre, tiempos en los que era muy apreciada porque permitía conservar los alimentos. A los legionarios romanos se les entregaba sal para este propósito y es de ahí, del latín salarium, que viene la palabra salario. Más adelante en la historia, el impuesto que se cobraba por la sal fue uno de los detonadores de la revolución francesa, y una de sus primeras medidas fue abolirlo.
Básicamente hay dos tipos de sal, la que se extrae de yacimientos minerales (sal de roca) y la sal marina. La primera es más pura, con una concentración de cloruro de sodio de 90%, de sabor más intenso y más salado. La sal marina, que se obtiene por la evaporación del agua de mar, contiene otros elementos como yodo o magnesio, y su sabor es más marino. En Chile, la mayoría de la sal que consumimos viene de las minas (se llama halita). La sal Lobos, por ejemplo, viene del yacimiento de sal a tajo abierto más grande del mundo. En Chile se producen 5 millones de toneladas de sal al año, y 360 mil se destinan al mercado interno, según un artículo en la revista Área Minera. De esas, unas 70 mil toneladas son consumidas por los chilenos. El resto tiene distintos usos en la industria, como por ejemplo fabricación de vidrio, jabón, plástico, papel, pinturas, hule sintético, cosméticos, medicamentos y pilas eléctricas.
La sal también tiene sus propias supersticiones, que deben venir de tiempos inmemoriales: si se te cae la sal, es mala suerte (pero se conjura arrojando otro poco sobre el hombro izquierdo). Y si en tu casa se termina la sal, mejor ni pensar. A quienes no se les puede acabar este polvo blanco es a los cocineros, que ahora tienen varias opciones más que las clásicas sal fina y sal gruesa para jugar. Veamos algunos.
Sal maldon. Son escamas de sal muy delgadas y sutiles que además se ven preciosas sobre la comida, parecen copos de nieve. Este año me ha tocado probarla sobre tártaros y foie gras, con un entretenido resultado en el paladar. Es sal marina y se extrae de las salinas de Maldon, en el condado de Essex, Inglaterra. Existen también sales de este tipo extraídas en otras zonas y que se combinan con especias, como la halen môn mezclada con diferentes especias como pimentón, pimienta negra, cúrcuma, comino.
Flor de sal. Es de origen marino y se recoge con técnicas muy tradicionales en Europa. Su nombre procede del francés Fleur de Sel y se recolecta en toda la costa norte francesa. Yo no la he probado, pero dicen que mezcla sutil gusto a violetas y delicado olor marino. La llaman también la reina de la sal.
Sal rosada del Himalaya. Se extrae de depósitos fósiles en la cordillera más alta de la tierra, es una sal de roca con un característico color rosado. Su grano es grueso y duro.
Sal negra. Muy poco refinada, es una sal de tierra que tiene un sabor muy particular, se produce en el norte de la India.
Sal ahumada. Es el resultado de añadir a la sal aditivos que le dan sabor y olor a humo.
Gomasho. Mezcla japonesa de sal y de semillas de sésamo negro.Sal de apio. Mezcla de sal y de semillas de apio trituradas.